No recuerdo haber querido ser nunca otra cosa que
periodista, por mucho que en mi familia no había tradición y por más que mi
decisión causara algún revuelo. “Nena, si te secuestran por ahí, yo no voy a
pagar el rescate”, decía mi abuelo, convencido de que acabaría en alguna
guerra. Y llevaba razón. Acabé en una trinchera: la de la política (la
información en que me especialicé y que más me gusta), dura, pero, al menos
cercana, abuelo. Para lograrlo estudié, sí, pero, sobre todo, trabajé y aprendí
(mucho) de quien podía enseñarme. La Agencia EFE, el diario Ideal, el AVUI,
Onda Cero y Canal Sur fueron mis casas. Nunca dejé de tener trabajo y nunca
trabajé sin cobrar (¿suerte o valía?) Sigo empleada en la pública andaluza, en
cuya función creo, y en estos años algo de tiempo he dedicado también a luchar
por los derechos de los periodistas como simples trabajadores que somos. Aún no
me he quemado, ni de una cosa ni de otra.