Dice mi madre que, si la gata pare en el horno, los gatitos
no tienen que ser pasteles. Yo nací en Barcelona, y por eso, desde mi infancia,
las Navidades sabían a polvorones y ajonjolí, se cantaban los villancicos a
compás y bailábamos sevillanas en las fiestas de familia. Sevilla era esa
tierra a la que siempre volvía. Pero gracias al periodismo hace 40 años regresé
definitivamente a la ciudad familiar, y recuperé los colores de ese Sur que ha
sido y es el norte y la guía de mi trabajo. Apasionada de una profesión a veces
ingrata, me tocó la fortuna de vivir la transición política de los 80, conocer
personajes y hechos históricos irrepetibles y sumergirme en una cultura, que
era la mía por herencia, y ahora lo es por emoción y corazón, y que desde hace
años es también profesión. Dice mi currículum que soy licenciada en Ciencias de
la Información por la Universidad Complutense de Madrid, y que he hecho cursos
de crítica de Danza e Investigación en la Universidad de York (Canadá), y más
cosas. Todo muy largo. Baste decir que la Cultura es mi mundo, la Danza mi
pasión, y el periodismo, mi profesión, un oficio tan antiguo y tan frágil que a
veces siento se me escapa, pero que siempre recupero con fe y cabezonería. Y
que no, no me jubilo.