Llevo más de dos tercios de mi vida dedicado al
periodismo y la mitad de ese tiempo al periodismo cultural, que es una variedad
sacerdotal de la profesión que me permite comer y recibir además un salario
añadido «en especies»: el enriquecimiento personal que supone poder tratar de
cerca con los creadores, los verdaderos protagonistas del hecho cultural, junto
a los ciudadanos, que son los que completan toda creación.
A lo largo de este tiempo ha recibido algunos
reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Fomento de la Lectura que
concede el Ministerio a los que nos empeñamos en intentar elevar los siempre
bajos índices de lectura de este país. Pero el premio que más agradezco es el
de los oyentes, que me han mostrado su cariño y apoyo en los 26 años que ha
cumplido ya Historias de papel,
seguramente el programa dedicado exclusivamente a fomentar la lectura más
veterano de la radio en nuestro país.
El flamenco ha sido otra de mis pasiones culturetas,
aunque lo que realmente me emociona, y es por lo que me hice periodista, es
poder acercar la cultura a mis conciudadanos, poder contarles todos los días
noticias que nada tienen que ver con las que últimamente se imponen en las
agendas de los medios.
En la cajita de los pequeños orgullos profesionales
guardo mi contribución a haber constituido la primera Asociación de Periodistas
Culturales que se creó en el país, dedicada además a homenajear a un querido
compañero ya desaparecido, José María Bernáldez. También me enorgullezco
siempre de mi origen de pueblo (nací en Villa del Río, Córdoba) y cada vez que
puedo le pido perdón a mi familia por el tiempo que le he quitado por este
enganche mío al periodismo cultural.
Si volviera a empezar, lo volvería a hacer: me
dedicaría a la cultura. Lo mejor, sin duda, del periodismo.